Farewell, beloved Snowmass…Adiós, Amado Snowmass

And for my Spanish-speaking friends…

Si aún no he comentado públicamente sobre el cierre, que ahora parece inminente, del Monasterio de San Benito, no es porque no tenga sentimientos al respecto. Todo lo contrario, es porque mi corazón está tan inundado de sentimientos que me encuentro realmente, sin palabras. ¿Qué se puede decir, excepto con los ojos llenos de lágrimas? Tengo mis reservas, habiendo viajado tan de cerca con esta comunidad durante más de treinta años, gran parte de lo que entiendo es de carácter privado; viene del juego, demasiado humano, de fortalezas, debilidades y personalidades que no se puede reducir a la expresión pública sin traicionar la compasión.

Pero, ¿cómo puede ser que en menos de cinco años después del fallecimiento de los abades Thomas Keating y Joseph Boyle, que el florecimiento del “Monasterio Mágico” se hubiera detenido de manera tan radical, que este Camelot (o La Meca) de la renovación contemplativa cristiana simplemente se deba dejar morir? ¿Cómo puede haber sucedido tan rápido? ¿Cómo puede ser que estas edificaciones espléndidas del centro de retiro se vayan deshabitando y oscureciendo, después de haber brillado tan recientemente con la luz espiritual de tantas almas en proceso de despertar? ¿Cómo puede tener lugar esta deslealtad, tan silenciosamente, sin un susurro, como un roble cayendo sólo en el bosque?

No es el momento de hacer acusaciones. Por lo que puedo ver (quizás ingenuamente), no ha habido deslealtades obvias más allá de las debilidades inevitables de las personas que de repente se encuentran en posiciones donde no dan la talla, heredando un castillo de Próspero que nunca habitaron cómodamente. Al observar los eventos desde la distancia, no he visto ningún cambio de rumbo dramático, simplemente el inevitable cumplimiento de la Ley de Siete*, donde paso a paso en lo que parece ser una línea continua, uno se devuelve repentinamente para encontrarse mirando en la dirección completamente opuesta.

Sé que en realidad estaba viendo las semillas de este deceso hace treinta años, en algunos de esos primeros pasos de la “Ley de Siete” que nunca se abordaron realmente porque en ese momento todo parecía tan brillante, amable y psicológicamente moderno y pastoral. Pero allí estaba, bajo los respectivos guantes de terciopelo de Joseph y Thomas: la mano dura de llámalo-como-quieras (atrincheramiento, pasividad, timidez espiritual?) que gradualmente atenuó y finalmente extinguió por completo las llamas de muchas nuevas y ardientes vocaciones. Durante estos treinta años puedo contar al menos una docena de buenas vocaciones perdidas, no simplemente aspirantes y aficionados, sino hombres serios y comprometidos que duraron todo el camino hasta la profesión simple y en algunos casos, incluso la profesión solemne antes de tirar la toalla. Mi joven amigo Erik Keeney fue el último de una serie de estas vocaciones apasionadamente ardientes que se secaron y finalmente se ahogaron con el placebo monástico prevaleciente: “Cumple la regla y la regla te cumplirá a ti”.

Cada historia es individual y Joseph, como pastor consumado que era, relajaba las reglas al monje para que el hombre explorara su corazón, para que creciera no sólo como monje sino como ser humano. Pero gradualmente, paso a paso (con la sabiduría de la Ley de Siete), la brecha se ampliaba entre la visión original de San Benito de una persona transformada (y la infraestructura que la implementó) y el ambiente más sintonizado psicológicamente y personalmente individualizado de esta nueva versión “más suave y amable” del monacato en juego en el Monasterio Mágico.

No puedo llevarlo más allá. Sólo sé que esa docena de vocaciones perdidas, si aún estuvieran en comunidad, habrían entregado una nueva generación para llevar adelante la obra. Y aquellos que fracasaron en su mayoría fracasaron de la misma manera, hundiéndose en las rocas de una estructura de poder bien arraigada que se había vuelto bastante cómoda con el nuevo estado de cosas y simplemente no aceptaría desafíos.

Sé también que nadie estaba realmente dispuesto a aceptar seriamente la invitación que me parecía que el Espíritu Santo ofrecía consistentemente, no sólo en el Monasterio de San Benito, sino en toda la Orden Trapense. Al entrar el monacato cristiano en su tercer milenio, es claro que dos tendencias están poderosamente en el aire. Primero, la gente ya no está tan interesada en los compromisos de por vida. Lo que buscan es, en cambio, un período de formación muy intensa, digamos cinco años, antes de regresar al mundo para asumir sus vocaciones seculares y a menudo matrimoniales. En segundo lugar, están interesados, universalmente, en una representación más equilibrada de los géneros: hombres y mujeres trabajando estrechamente juntos, cada género aportando la energía sutil que posee auténticamente para ofrecer procreatividad espiritual a un nivel de “kesdjan”** mucho más vitalizado. Estas tendencias están llamando a las puertas de prácticamente todas las comunidades monásticas trapenses que conozco y se han discutido abiertamente en las reuniones del capítulo general. Pero las puertas permanecen firmemente cerradas, y la vocación de celibato de por vida sigue siendo no solo el estándar de oro, sino la única opción. Cuestioné a Joseph con frecuencia sobre este tema, pero se mantuvo absolutamente inflexible.

Y así, ironía de las ironías, durante treinta años llegó al Monasterio de San Benito toda una “línea de alimentación” de posibles vocaciones nuevas: personas que venían de los retiros de Extensión Contemplativa, hombres y mujeres (como yo) que nos mudamos intencionalmente al área para “permanecer cerca” al monasterio y caminar lo más cerca posible a los hermanos. Hombres hermosos e integrados; mujeres fuertes, guerreras espirituales, pidiendo sólo que les tomaran en serio, que les formaran, que rompieran colectivamente con la tradición y respondieran directamente a lo que parecía tan claramente un impulso del Espíritu Santo en nuestros tiempos para un mundo hambriento de esta agua viva. Pero no, nada. Fin de la discusión. “Es mi naturaleza Seis en el eneagrama”, Joseph protestaba suavemente mientras yo le pintaba pajaritos en el aire que lo dejaban muerto del susto. Mientras tanto, en algún lugar profundo dentro de la Orden Trapense ya se había decidido (con todo el patetismo emocional retórico concomitante) que la forma más fiel de vivir la vocación cisterciense sería morir voluntariamente. Simplemente abandonar las instalaciones, la identidad, un linaje transformador vivido milenario… ¿como señal de qué? ¿Kénosis como la de Cristo???? ¿Cómo no es esto una pérdida fatal de los nervios y la visión disfrazados de un estado iluminado?

A veces, la kénosis significa, en efecto, morir voluntariamente. Pero a veces nos llama a vivir con valentía en mares desconocidos, y es este tipo de kénosis profética la que he encontrado tan gravemente ausente en el desmoronamiento actual y que de hecho identificaría como su componente más importante.

Si, para mí, tristemente, Camelot… una pasajera y hermosa era en la que, bajo la doble hélice (como de ADN) de Joseph y Thomas, un prisma resplandeciente de amor, transformación y bondad, surgió y brilló durante algunas décadas benditas, pero sin establecer un arraigo más profundo en el nuevo suelo de nuestro tiempo. Y así, al final, la vieja tierra reclamará y enterrará a los suyos. He notado a lo largo de este tiempo de transición que no parece haberse fomentado la formación de alianzas más amplias. Los monjes de Snowmass se movieron rápida y silenciosamente para devolver el control a un “comisario monástico” designado por la Orden Trapense, y la Orden Trapense ahora está administrando los asuntos de Snowmass y parece decidida a tomar decisiones sin el aporte de una comunidad más amplia de practicantes contemplativos y amigos del monasterio que podrían, en un abrir y cerrar de ojos, formar una coalición que mantendría al menos la casa de retiro (y el legado de Thomas Keating) vivo y creciendo. Pero no se ha solicitado ninguna asociación y, de hecho, parece haber sido sutilmente rechazada. No tengo claro dónde están las cosas en el proceso legal para mantener la servidumbre de conservación que Joseph colocó en la propiedad como uno de los logros finales de su mandato de treinta años como abad. Pero juro que puedo escuchar detrás de las puertas cerradas del monasterio de San Benito el “clic clac” de las grandes cajas registradoras institucionales (¡¡seguramente no en el Vaticano!!!) calculando rápidamente que el valor de un monasterio desmantelado, sentado en una mina de oro de bienes raíces, supera con creces el valor de una pequeña incubadora viviente del espíritu. No sólo los últimos seis monjes tratando de ser fieles a su vocación hasta el final, sino los cientos o incluso miles más de nosotros que sin duda estaríamos a su lado, de alguna manera, esa tercera fuerza*** podría haber entrado. A veces, por desgracia, cuando el espíritu muere, un monasterio es más valioso muerto que vivo.

Y yo, lloro, pero no es tanto con ira como con una terrible tristeza de que así es el mundo, inclusive en los Camelots, aún en lo que parecen ser santuarios espiritualmente inviolables, a menos que se navegue ese “primer choque consciente” el do-re-mi de este mundo se repite ciegamente, sin inmutarse por la retórica espiritual. Y así, simplemente recuerdo, mientras estoy de pie sobre la tumba de Rafe (por el momento todavía anidada serenamente hacia el final de la fila que también contiene a Thomas, Joseph, Bernie O’Shea y algunos de los otros valientes guerreros espirituales) su dura pero liberadora enseñanza: que todos estos “abrevaderos sagrados” están conectados por un río subterráneo. Todos los abrevaderos finalmente se secan. La única alternativa es saltar al río y seguir nadando.

* G.I. Gurdjieff – Ley de Siete: también conocida como la ley de octavas de Gurdjieff.
** G.I. Gurdjieff – Kesdjan: Desarrollo de una forma de conciencia que puede entrar y soportar mundos superiores o menos densos.
*** G.I. Gurdjieff – Ley de Tres: En la ley de tres la tercera fuerza es la fuerza reconciliadora.

Traducido por Claudia Botero y Cornelia Serna con sugestiones editoriales de otros miembros de la comunidad de habla hispana.


Snowmass

If I have not yet publicly commented on the apparently now-imminent closing of St. Benedict’s Monastery, it is not because I have no feelings on the matter. Quite the contrary, it’s because my heart is so flooded with feelings that I find myself really, for once, at loss for words. What can be said, except in the language of tears? Reticence prevails as well; having journeyed so closely with this community for more than thirty years now, much of what I understand is private in nature, growing out of an all-too human play of strengths, weaknesses, and personalities that cannot be reduced to public utterance without betrayal of compassion.

But how can it be—less than five years after the passing of abbots Thomas Keating and Joseph Boyle—that the whole flourishing “Magic Monastery” should come so sweepingly to a halt, that this Camelot (or Mecca) of Christian contemplative renewal should simply give up the ghost? How can it have happened so quickly? How can it be that these splendid retreat center buildings are soon to become empty and dark, so lately having been lit by the spiritual light of so many awakening souls? How can this betrayal have taken place— and so noiselessly, without a whisper, like an oak tree falling alone in a forest?

It is not the time for finger pointing. As far as I can see (perhaps naively) there have been no obvious betrayals beyond merely the inevitable weaknesses of people suddenly placed in boots too large to fill, inheriting a Prospero’s castle they never quite comfortably inhabited. As I have watched this unfolding from a long ways off, I have seen no dramatic change of course, simply the inevitable playing out of the Law of Seven, where taking step after step in what seems be a continuous line one comes round in frighteningly short order to find oneself facing in completely the opposite direction.

I know that I was actually seeing the seeds of this demise thirty years ago, in some of those early “Law of Seven” steps never really addressed because at the time it all seemed so glowing and kindly and psychologically contemporary and pastoral. But there it was, beneath the respective velvet gloves of Joseph and Thomas: some mysterious iron fist of call-it-whatever (entrenchment, passivity, spiritual timidity?) that gradually dampened and finally extinguished altogether the fires of many a burning new vocation. During these thirty years I can count at least a dozen good vocations lost—not simply wannabes and dabblers, but serious committed men who lasted all the way through junior profession and in some cases even solemn profession before throwing in the towel. My young friend Erik Keeney was the last in a series of these passionately ardent vocations that chafed and finally choked on the prevailing monastic placebo, “You keep the rule and the rule will keep you.”

Each story is individual, of course, and Joseph—consummate pastor that he was—cut each man the slack as a monk to explore his heart, to grow not simply as a monk but as a human being. But steadily, step by step (law of seven-wise) the drift widened between St Benedict’s original vision of transformed personhood (and the infrastructure that implemented it) and the more psychologically attuned and personally individuated ambience of this new “gentler and kinder” version of monasticism in play at the Magic Monastery.

I can take it no further than that. I only know that those dozen lost vocations, if they were still in community, would have delivered a new generation to carry the work forward. And those that failed mostly failed in the same place, foundering on the rocks of a well-entrenched power structure that had grown quite comfortable with the new state of affairs and would simply brook no challenges.

I know as well that no one was really willing to seriously take up the invitation that seemed to me was being consistently proffered by the Holy Spirit— and this is not simply at St. Benedict’s Monastery, but across the entire Trappist Order. As Christian monasticism enters its third millennium, it is clear that two tendencies are powerfully in the air. First, people are no longer so interested in lifelong commitments. What they are seeking is instead a period of very intense formation—say, five years—before heading back into the world to take up their secular and often married vocations. Second, they are interested, universally, in a more balanced representation of the genders: men and women working more closely together, each gender contributing the subtle energy it authentically bears to offer spiritual procreativity at a much more vitalized “kesdjan” level. These tendencies are knocking at the doors of virtually every Trappist monastic community I know and have been openly discussed in general chapter meetings. But the doors remain firmly shut, with a lifelong celibate vocation remaining not only the gold standard, but the only option. I queried Joseph frequently about this issue, but he remained absolutely unbudgeable.

And so, irony of ironies, for thirty years there came to St Benedict’s Monastery a whole “feeder line” of potential new vocations—people from Contemplative Outreach retreats, men and women (like myself) intentionally moving into the area to “hang close” with the monastery and walk alongside the brothers as nearly as possible. Beautiful, integrated men; strong, spiritual-warrior women, asking only to be taken seriously, to be formed, to collectively break with tradition and respond directly to what seemed so clearly a prompting of the Holy Spirit in our own times for a world starving for this living water But no, nada. Not up for discussion. “It’s my enneagram six nature,” Joseph would protest gently as I floated blue-sky possibilities that scared the pants off him. Meanwhile, somewhere deep within the Trappist Order it had already been decided (with all attendant rhetorical emotional pathos) that the most faithful living out of the Cistercian vocation would be to die willingly. To simply let go of the facilities, the identity, a thousand-year-old lived transformative lineage….as a sign of what? Christ-like kenosis???? How is this not a fatal loss of nerve and vision masquerading as an illumined state?

Sometimes kenosis does indeed mean to die willingly. But sometimes it calls us to live bravely in uncharted seas, and it is this sort of prophetic kenosis that I have found so gravely lacking in the present unraveling, and would in fact identify as its most important component.

So yes, for me, sadly, Camelot…a beautiful, passing era in which, under the twin helixes of Joseph and Thomas, a shimmering prism of love, transformation, kindliness, arose and glowed for a few blessed decades, but without establishing a deeper rootedness in the new soil of our own times. And so, in the end, the old soil will reclaim and bury its own. I have noticed throughout this transitional time that wider coalition building does not seem to have been encouraged. The monks of Snowmass moved swiftly and quietly to turn control back over to a “monastic commissary” appointed by the Trappist Order, and the Trappist Order is now managing the affairs of Snowmass and seems intent on making decisions without the input of a wider community of contemplative practitioners and friends of the monastery who could, in a heartbeat, put together a coalition that would keep at least the retreat house (and the Thomas Keating legacy) alive and growing. But no partnering has been requested, and in fact seems to have been gently rebuffed. I am unclear where things stand in the legal process to maintain the conservation easements that Joseph placed on the property as one of the capstone achievements of his thirty-year tenure as abbot. But I swear I can hear behind the closing doors of St. Benedict’s the “ka-chink, ka-chink” of larger institutional cash registers (surely not in the Vatican!!!) quickly computing that the value of a decommissioned monastery sitting on a real estate goldmine far outweighs the value of a small living incubator of the spirit—not only those six remaining monks trying to be faithful to their vocation to the end, but the hundreds or even thousands more of us who would no doubt be standing alongside those monks right now if along the way, somehow, somehow, that third force could have entered. Sometimes, alas, when spirit dies, a monastery is more valuable dead than alive.

So I weep, but it is not with anger so much as with terrible sadness that this is the way the world is, even in Camelots, even in what look to be spiritually inviolable sanctuaries. Unless that “first conscious shock” is navigated, the do-re-me of this world blindly repeats itself, undeterred by spiritual rhetoric. And so I simply remember, as I stand on Rafe’s grave (for the moment still nestled serenely toward the end of the row that also holds Thomas, Joseph, Bernie O’Shea, and some of the other valiant spiritual warriors) his hard but liberating teaching that all these sacred “watering holes” are connecting by an underground river. The watering holes themselves all eventually dry up. You have to jump into river and keep on swimming.

Comment on Cynthia’s web site

Blog Archives

2 thoughts on “Farewell, beloved Snowmass…Adiós, Amado Snowmass

  1. I am very sad about this, but glad that Cynthia told us on a honest way.
    Not long ago we have heard that there was a split in The monastery of chevetogne in Belgium. I think for the same reasons. This monastery was very dear to us. It still opens the doors for guests but it lost its credibity. And we also lost a precious jewel.
    I cannot say more than feelings of sadness and loss

  2. My husband and I have been there many many times. We renewed our marriage vows at 30 years there. We just love that Monastery and the lovely monks who run it. As always, Cynthia, you lay it all out so clearly with your honest and powerful writing. When will we learn? That land is sacred. What will become of it? Sometimes I just went up there to walk the road for a space of pure peace, when we visit our son who lives in Basalt. Thank you for your beautiful eulogy to this precious jewel.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.